Por Hector Samperio Gutierrez
Al aceptar escribir unas lineas introductorias para semblansa biográfica elaborada por la consagrada pluma del licenciado y amigo Juan Hernández Angeles, nunca imagine encontrar la excepcional riquesa humana de una noble mujer dedicada al servicio heroico de sus semejantes.
Venerada popularmente en la ciudad de actopan y gran parte del Valle del Mezquital, doña Carmen Gonzalez Hernandez es una figura que merece ser conocida por todos los mexicanos como una heroina de todos los tiempos en la entrega generosa de si misma para aliviar el dolor --fisico y moral-- del pueblo otomi y de todos los pobres.
La razón es obvia.
Vivimos dias de quiebra en los valores del espiritú. Frecuentemente, el ejercicio de cualquier profeción se convierte en arbitrario medio de lucro desmedido, enlugar de entenderse como una privilegiada oportunidad de servicio. Por otra parte, se rehuye habitualmente el trabajar por mucho tiempo en los medios campesino e indigena y se procura volver cuanto antes a las pequeñas o grandes ciudades donde se concentran los satisfactores del hedonismo y las oportunidades de ascenso.
Carmelia, como la llama cariñosamente el pueblo, es el paradigma de los valores opuestos a estas lamentables limitaciones del quehacer profecional.
Al adelantar en la lectura de su biografía, la de una mexicana con ralgambre cubana por la via paterna, el asombro va creciendo en la medida en que se acompaña a Carmelita en su infatigable ir y venir desde sus años mozos, a lomo de cabalgadura, por los polvorientos senderos de nuestro valle mezquitaleño. Esto, durante incontables primaveras y estíos que se sucedieron sobre el Valle, hasta que ella misma entró gradualmente a la plateada madurez del invierno luminoso de su vida. Acudia así a la choza de cualquier enfermo, gratuitamente, donando tambien la medicina; sin importar las horas ni las distancias.
Desde cualquier ángulo que se le contemple, Carmelita es una heroina o una santa extraordinaria de nuestros tiempos. Pertenece a Actopan y a Hidalgo, pero, simultaneamente, a toda la humanidad, como una de sus autenticas glorias que ayudan a restañar la fé y la esperanza en el futuro del hombre.
Mientras el correr del tiempo fue marchitando su extraordinaria y distinguida belleza femenina, esplendia radiante la interior, la del espiritú. Nos atrevemos a creer que el secreto de esta transformación es haber descubierto el valor del verdadero amor al semejante en desgracia; haber vivido siempre la realidad maravillosa del amor, prodigándolo siempre a los demás, ahun cuando en ocaciones el amor haya sido uraño con ella. Su vida nos recuerda las palabras del Señor Jesús: "No hay amor mas grande que este: dar la vida por sus amigos" (Juan, 15, 13). Profundamente religiosa y socia de Acción Catolica Mexicana, dio su vida en el servicio al prójimo desde las motivaciones de su fe y se convirtió, de paso, en silencioso reclamo para quienes divorcian su fe del compromiso con sus semejantes en necesidad.
Personalmente y a nombre de los hidalguenses que gustan de atesorar los valores universales del terruño, agradesco al amigo y colega en los afanes de la búsqueda histórica, don Juan Hernandez Angeles, el habernos revelado, en su excelente estudio, una de las figuras más luminosas de la mujer mexicana
El licenciado Juan Hernández Angeles es un escritor ampliamante conocido. No necesita presentación. Sin embargo, habra que señalar en justicia la relevancia de sus estudios biográficos dentro de la riqueza de su producción. Ha rescatado del olvido para la memoria patrimonial de los hidalguenses, los meritos de sobresalientes figuras de la masonería regional. Baste recordar su mas reciente estudio sobre los hermanos Castrejón y el que prepara --obra magna-- sobre don Ramón M. Rosales. En este contexto, la semblanza que nos entrega hoy de doña Carmelita Gonzáles Hernández, nos revela la apertura y madures intelectual del autor asi como sus grandes cualidades para el cultivo del dificil pero gratificante género de la historia como es la biografía. Felicitaciones sinceras.
Pachuca, Hgo.., julio de 1981.


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